Lo único interesante que Josh actualmente hacía era subir a su auto azul oscuro, apenas pasada la medianoche y manejar sin rumbo alguno durante horas. Por lo general, hacia las afueras de su ciudad.

La ultima noche había llegado hasta un pueblo vecino, un lugar realmente inmundo. Incluso, mucho más que su propia ciudad. Era un lugar chico que había crecido alrededor de la creación de una gran cárcel en los 70’s. A Josh le aterraba la idea de ir preso. Pasó lentamente por la avenida frontal del penal. Los semáforos parpadeaban en amarillo. Vio varios carteles con
la inscripción “NO SE DETENGA”.

Miró el penal con atención: Luz muy blanca casi azul, de una intensidad cortante y cientos de metros de rejas y alambres.  La calle estaba aún mojada por la lluvia de la tarde y el asfalto realzaba aún más el brillo de esa fría iluminación.

Pudo ver unos veinte o treinta policías custodiando distintos puntos del penal, pero lo más llamativo eran las grandes torres de color marrón verdoso desde las cuales vigilaban. Miró las pequeñas ventanas del lugar, el único contacto de los internos con el mundo exterior. Desde esas pequeñas aberturas aparentemente no se veía gran cosa, salvo algunos pocos negocios de venta de comestibles de muy mal aspecto. Aunque para quien pasa su vida en una celda que huele a mierda y lágrimas ninguna vista era poca cosa.

Josh pensó en como sería vivir en el penal con los presos, teniendo que compartir sus inmundas e insignificantes vidas, sus costumbres, sus diálogos, su música, sus comidas. No habia mucho que hacer una vez ahí dentro, tarde o temprano uno terminaba teniendo que chuparle la pija a alguien o logrando que alguien te la chupara.

Josh tenía una vida privilegiada, pero completamente vacía. Generaba dinero con sitios de internet. Seis o siete mil dólares al mes trabajando poco más de cuatro horas al día. Eso representaba varios años de sueldo de cualquier empleado común. Josh habia perdido por completo la noción del dinero. Josh era cuidadoso: El dinero hacía que algunos se alejen y que otros
se acerquen demasiado. Y si bien tantos billetes lo hacían sentir bien, vivía bajo una profunda tristeza, un estado de gris profundo del cual jamás podría escapar salvo por momentos: Putas caras, buena ropa, buenos autos, todo tipo de
juguetes tecnológicos, cosas así. Pero la tristeza siempre volvía a sus días y principalmente, a sus noches. Y tal vez por eso la noche era tan importante para él, siempre estaba escapando, manteniendo la mente ocupada con algo: haciendo música, escribiendo relatos mediocres, viajando sin rumbo por rutas poco transitadas, o buscando mujeres para pasar la noche. Josh bordeó toda la cárcel buscando algo, una señal, algo que le hiciera sentir afortunado de estar afuera, de estar vivo.

Pero Josh no sintió nada concreto. Pensó en su ultima novia, una rubia inocente de buenas curvas que por momentos aún extrañaba. Y en todas las otras ex mujeres que habia conocido. Los recuerdos llegaban siempre en cualquier orden: jugando al billar en buenos aires con Ana, frente al mar a las 6am con Cintia, tomando champagne con Bauer en un hotel caro de detalles ordinarios, semidesnudos con Virginia, bajo una fuerte lluvia nocturna de verano en lo alto de un terraza.

Josh se preguntaba donde estaría cada una de ellas en ese momento. Era extraño, nunca las habia vuelto a ver. Jamás se las cruzaba en la cola del banco, esperando el dentista o cargando nafta. Simplemente habían desaparecido.
Josh aún las amaba. A cada una por algo distinto.

Pero ellas lo habían sacado por completo de sus tiernas mentes hacía tiempo y, aunque le dolía, las entendía. Tendrían cosas mejores que hacer, gente más divertida con la que estar. Posiblemente ahora estaban acompañadas
de tipos normales a los que realmente les gustaba la vida. Tipos que sabían bailar y charlar de cosas divertidas. Tipos que no hacían preguntas molestas e inadecuadas. Tipos que sabían tragar lo que venia, sin parpadear.

Josh estacionó su auto en un bar de aspecto rústico, con luz amarilla y paredes húmedas. Antes de bajar quitó el frente del stereo y lo escondió en la guantera. Dejó el techo del auto abierto, pero cerró las puertas presionando un botón
en la llave. Contempló su auto un instante brillando bajo la luz del neón del local. Era un bonito auto.

Entró al bar y se sentó contra una ventana. A Josh siempre le gustaban las ventanas. El lugar olía a cigarro y hamburguesa. Sintió las miradas de los pocos tipos presentes. Todos ellos tenían un marcado aspecto pueblerino: su forma de vestir, sus caras, sus peinados, e incluso los detalles como un enorme y desagradable manojo de llaves colgando de sus pantalones. Josh tomó su café. Se sentía bien estando ahí dentro, era un lugar tranquilo.
Miró el logo del sobre de azúcar: Snack Bar Bluemoon. Era, sin dudas, un nombre delicado. Miró al mozo que recién lo habia atendido y al otro tipo detrás de la barra, intentando descubrir quien abría inventando un nombre tan interesante en una ciudad tan espantosa como esa. Miró sus caras, sus gestos. Ellos no habían puesto el nombre, eso seguro.

Miró por la ventana, más allá del neón de Coca Cola estaban las calles de tierra y las casas viejas. Por algún motivo las moscas y otros insectos estaban hipnotizados con la luz del neón. Era una ciudad realmente triste y solitaria, pero de especto seguro y despreocupado. Snack Bar BlueMoon: Le encantaba ese nombre.

Dentro del bar habia un televisor colgado de la pared donde podía verse una carrera de caballos. Las mesas y las sillas eran de un marrón similar al de los habanos. Josh escuchó hablar a los tipos presentes. Uno de ellos, el que estaba tomando cerveza, hablaba casi sin parar. El otro, un hombre delgado vestido de marrón claro y con unas botas negras de campo, tomaba un vaso de ginebra. Escuchaba y asentía. La gente de esa ciudad se veía cansada pero seguía en pie, luchando por algo que jamás se habían preguntado que era. A nadie le preocupaba mucho el sentido de todo esto. Solo estaban ahí y
así continuaban hasta que un día dejaban de hacerlo.

Aquellos hombres charlaban de lo de siempre: de fútbol, de culos y de carreras de autos. Josh miró con atención sus caras y notó que se los veía relajados. A uno de ellos le faltaban varios dientes. Eran tipos simples y felices que vivían en el medio de la nada y sabían pasarla bien con muy poco. No daba la impresión de que estuvieran buscando ni reclamando nada de la vida. Tampoco parecía que considerasen la idea de la muerte. Solo estaban ahí, alternando entre eternos trabajos absurdos durante el día y largas sesiones de deportes por televisión durante la noche.

A Josh le hubiera gustado tomar unas fotos del lugar, de la situación y captar ese amarillo y estéril aire de provincia. Por un momento llegó a pensar en traer la cámara de fotos que tenia en un bolso en el baúl del auto, pero desistió de la idea.

Terminó su café y dejó un billete de $ 2 en la mesa. Volvió a mirar el logo del Café Snack Bar BlueMoon en el sobre de azúcar, le encantaba ese nombre y decidió llevarse uno.

Pensó en ir a la siguiente ciudad, pero ni si quiera estaba señalizado hacia donde habia una próxima ciudad, si es que la habia. Así que cerró el techo del auto y volvió por donde habia llegado.

Pasó nuevamente por la cárcel, miró de nuevo esas pequeñas ventanitas con rejas y pensó en todos ahí dentro y en todos acá afuera. Calculó que edad tendría al salir si lo condenaran a 20 años de cárcel: 48 años. Pero Josh sabía perfectamente que no sobreviviría más de un par de días ahí dentro o incluso horas. Josh era joven, de piel perfecta, rubio y delicado. Los internos se disputarían su gimnástico trasero blanco durante días.

Manejó a no más de 140 Km/h sin prestar particular atención al camino, hasta que a unos quinientos metros de donde estaba logró ver algo que parecía un choque. Soltó el acelerador y siguió en punto muerto hasta estar seguro de que estaba viendo. Cuando estuvo seguro de lo que veía prendió las balizas del auto y disminuyo aún más la velocidad.

Se estacionó en la banquina y bajó del auto. Estaba completamente oscuro. Tomó la linterna que tenia en el bolsillo del asiento trasero y cruzó la ruta, mirando varias veces a ambos lados. Uno de los vehículos era una camioneta blanca que estaba volcada hacia la izquierda. Las puertas aún estaban cerradas. Tenia las luces altas prendidas, al igual que el motor. El otro auto estaba unos treinta metros, era un viejo Renault 12 y habia impactado contra un árbol enorme, cuyo tronco estaba incrustado casi hasta donde solía haber un parabrisas. Josh se acerco lentamente al auto, el motor estaba apagado
al igual que sus luces, pero no la radio. Se escuchaba un discurso del ministro de economía. Cualquiera podía reconocer esa voz. El motor emitía ruidos similares a los que hace el metal cuando se enfría. Algo goteaba sobre metal muy caliente.
Josh apuntó con la linterna al interior del vehículo y vio un hombre, se acercó aún más y apuntó directo a su cara, iluminando por completo la escena: el conductor era un tipo casi calvo con un fino bigote canoso, vestía una camisa verde con flores blancas y parte del volante estaba literalmente incrustado en su estomago. Era algo poco grato de ver. El asiento estaba corrido hacia adelante y algo le habia cortado la cara en su lado izquierdo, marcando un surco entre el bigote y oreja. Además, tenía un enorme golpe en la boca, la cual mantenía entreabierta. Aún así, permanecía vivo, pero apenas se movía. Josh le preguntó como estaba, pero el tipo siguió inmóvil mirando hacia adelante, a través del parabrisas roto.

Josh miró el asiento de atrás en busca de alguien más, pero no vio a nadie. Entonces el tipo de la camisa verde con flores blancas giró levemente la cabeza e intentó decir algo: Humg hum…mientras acercaba lentamente su mano izquierda, sacándola por la ventana, buscando que Josh la tome. Josh miró la mano: estaba pálida y llena de pequeños cortes y sangre. Era incluso peor que darle la mano a un muerto. El tipo tenía algo brotando de su boca. Era una mezcla de pequeñas burbujas de densa saliva blanca espumosa con una sangre de un color rojo oscuro, casi marrón. Josh no tomó la mano. El tipo volvió a intentar decir algo: Moooghh…

Decidió dejarlo e ir a ver si habia forma de ayudar a los de la camioneta blanca. Corrió hacia ahí, pasando por entre el pasto largo en medio de una noche increíblemente oscura. El lugar olía a pino y eucalipto. Podía escuchar el sonido de los insectos nocturnos casi tan claro como el discurso del Ministro de economía en la radio. Josh corría con la vista puesta en la camioneta blanca cuando tropezó con algo blando que lo hizo caer tontamente en el pasto. Se incorporó y volvió a tomar la linterna, la encendió y giró. Iluminó el piso: era una mujer recostada boca arriba en medio de altos pastizales. Aparentemente habia sido despedida por el parabrisas de Renault 12. Se quedó unos segundos mirando el cuerpo, estaba inmóvil. Acababa de pisarlo en alguna parte blanda, posiblemente la panza. La mujer tenía una posición antinatural.
Josh no se animó a tocarla ni a acercase demasiado.

Notó que habia un pequeño celular en la cintura de la mujer supuestamente muerta. Pensó en tomarlo y llamar a la policía, pero no le agradó la idea de acercarse al cuerpo. Observó que uno de los brazos de la mujer tenía una fractura expuesta. No habia mucha sangre, pero si un fragmento filoso de hueso blanco muy brillante. La miró con atención y notó que no respiraba ni se movía en lo más mínimo. Definitivamente estaba frente a una mujer muerta. Se le revolvió el estómago al pensar en los órganos de esa mujer, en la sangre y la materia fecal unificados en una maza de carne y hemorragias internas.

Josh respiró profundo varias veces, pero su boca se llenó de saliva casi de inmediato y vomitó en el pasto. Volvió a respirar profundamente e intentó tomar el teléfono celular una vez más, pero le daba mucho asco acercase el cuerpo, así que pensó a la mierda el celular y fue camino a la camioneta para ver que habia ahí. Ya casi habia llegado cuando la puerta de la camioneta, que estaba tumbada de lado, se movió un poco. Era casi imposible abrirla desde adentro. Josh la abrió intentando no mirar dentro del vehículo.

-No me siento bien. -dijo una seca y temblorosa voz masculina. Josh estuvo en silencio con la respiración agitada un instante. -Ahora viene una ambulancia, mejor quédese ahí. -Se apuró a decir. Volvió al Renault y se acercó al tipo de
camisa verde con flores blancas, quien ahora estaba definitivamente muerto. Tenia la mano extendida hacia afuera, apoyada en la ventana rota. Miró su cara hinchada y la sangre oscura en su boca y los ojos muy abiertos aún. No se movía en absoluto. Era, sin dudas, un cuadro espantoso, pero fascinante al mismo tiempo. El ministro de economía seguía hablando por la radio. Era un discurso largo. Josh pensó en ese hombre, quien había perdido la vida viajando en medio de la nada, mientras analizaba un discurso pregrabado y emitido desde donde quiera que transmitan los ministros por radio. Josh recordó la cámara de fotos en el baúl del auto.

Tenía que capturar ese rostro aún fresco. Tenía muy presente aún la impecablemente sucia sensación de haber pisando un cuerpo humano en absoluta oscuridad. Corrió hacia su auto para tomar la cámara, cruzó la ruta y fue entonces cuando notó que la llave del auto se le habia caído en algún lugar. Intentó buscando cerca del cuerpo de la mujer que habia pisado pero no logró encontrar nada. Volvió a mirar el cuerpo de la mujer muerta y resolvió que podía obtener el celular pateándolo, lo hizo y éste cayó un metro al costado del cuerpo.

Lo tomó y llamó a la policía marcando el 911 -En que puedo servirle, Señor ? -dija la voz de algun idiota.
-Hubo un accidente, hay una persona herida y algunas muertas.
-Indíqueme donde es exactamente el accidente, Señor.

Josh miró hacia los lados, no era ningún lado en particular. No habia nada de referencia, solo era el medio del campo, al costado de una ruta. Josh le indicó al policía la ruta en la que estaba. Apenas cortó, tiró el teléfono celular cerca del cuerpo de la mujer.

Aún faltaban horas para que amaneciera. Comenzó a caminar buscando sus llaves entre el pasto, sabiendo que difícilmente aparecerían.

El discurso del Ministro ya habia terminado y ahora dos locutores lo estaban comentando. Pero a Josh no le importaba en lo más mínimo la economía nacional. Se acercó a su auto y apoyó su espalda en él. Se secó la transpiración de la cara usando ambas manos y luego se secó las manos a los costados del pantalón.

Ya habían pasado algunos minutos desde que habia vomitado, pero aún podría sentir un sabor muy ácido detrás de su lengua. Sacó el sobre de azúcar del bolsillo, lo abrió y vació el contenido en su boca para sacarse el mal sabor. Pudo sentir cada uno de los granos disolviéndose en la saliva. No lo tragó, sino que lo retuvo un rato, mientras frotaba la lengua contra el paladar. Luego lo escupió en el pasto. Volvió a pensar en el Snack Bar BlueMoon, en su gente feliz bajo el aire amarillo. Era un lugar que no valía gran cosa pero, sin dudas, tenía un gran nombre.