Realmente hacía frío afuera y, con el apuro, casi olvido cerrar el auto. Apreté un botón en el extremo de la llave sin sacar las manos del abrigo. Las puertas se cerraron automáticamente. Vos ya habías entrado a la habitación, dejando la puerta entornada. Te seguí y lo primero que vi fue ese tapiz enorme de Henry Octavo.
-¿De que te reís? -me preguntaste.
-Es Henry Octavo, ¿no es gracioso verlo acá?
-¿Quién es Henry Octavo? -te escuché decir mientras colgabas tu abrigo marrón en el gancho de la pared.
-Inventó las camas de agua, entre muchas otras cosas. -dije, sabiendo que una vez más daba igual.
Era una habitación grande, mayormente revestida de madera oscura y detalles en gamas del marrón claro. Todo estaba perfectamente acomodado y limpio, pero se veía antiguo. En un costado, sobre una pila de toallas, pude ver un jabón amarillo azufre, que de inmediato me dio la idea de algo profundamente enfermo. Entonces me diste un beso y comentaste que necesitabas pasar al baño. Pensé en vos y yo ahí. En el significado de aquello. Los unos y los ceros. Imaginé la carne ahora en reposo, en estado latente. Presté atención a los ruidos dentro del baño, intentando imaginar que estarías haciendo.
Me senté en un pequeño sillón rojo oscuro, casi negro, desde el que presté más atención el mural de Henry Octavo. Se veía ennegrecido por el paso del tiempo. Estaba pintado sobre tela y llevaría por lo menos quince años ahí.
Tenía una mirada implacable, dura, vacía y soberbia.
En una de las esquinas de la habitación, a casi dos metros de altura, colgaba un televisor apagado. Lo miré con atención y descubrí que se controlaba desde una botonera al costado de la cama.
Al tacto, pude comprobar que bajo las sábanas no había un colchón de agua, sino uno común, bastante duro, sobre el cual durante años, décadas tal vez, cientos y miles de parejas habían disfrutando del canal porno.
Ahora era nuestro turno.
Me levanté y fui hacia un panel que estaba cerca de la puerta. Presioné un botón que decía “música” y se encendieron tres luces naranjas. Al parecer sólo se podía elegir entre tres sintonías. Presioné el primer botón y
escuché Frank Sinatra. Presioné el segundo y escuché Julio Iglesias. Presioné el tercero y escuché algo parecido a Johnny Mathis. Volví a presionar el primer botón y me senté a escuchar “My Heart Stood Still”.
-¿Estás triste, no? -me preguntaste al salir del baño.
-Para nada.
-¿Estás seguro? Estás raro.
-Al contrario, estos son los momentos que más me gustan. Estoy relajado. -dije., mientras miraba el jabón amarillo
sobre las toallas. Te reclinaste para sacarte las botas.
-¿Viniste muchas veces a este hotel?
-Unas cuantas. Pero en esta habitación nunca había estado.
Al rato comenzaste a besarme y no estaba mal, pero era uno de esos días en los que no quería estar presente en
ningún lado. No siendo yo, no sintiéndome tan lejos.
¿Por qué siempre terminaba siendo sólo la música lejana que trae el viento? Intenté verlo todo desde tus ojos, pero
me fue imposible, seguía siendo yo.
Entonces sacaste de la bolsa de papel marrón la botella de champagne que habías traído.
Lo serviste en dos copas plásticas que también habías traído. Me concentré en el sabor del champagne.
No era gran cosa, pero nos hacia sentir que ese era un momento especial.
Quise ver mis zapatos a través de la copa, pero estaba empañada, así que la interpuse entre vos y yo e intenté
mirarte a través de ella.
Estuvimos un rato en silencio, terminando la pequeña botella de champagne, hasta que me preguntaste si no sentía como si alguien nos estuviera observando. Casi instintivamente miré hacia arriba, como buscando una cámara, pero no vi nada raro. Vos acababas de encender un par de velas que estaban en la mesa y mientras guardabas el encendedor en tu cartera me preguntaste si alguna vez había pensado en la posibilidad de que todos los que nos rodean fueran extraterrestres dedicados a estudiarnos día a día, durante toda nuestra vida y que todo lo que pasa ya estuviera calculado.
-Como en la película de…¿ cómo se llama? ¡La puta madre! No me acuerdo cómo era el nombre del tipo ese,
de la película La Máscara…
-¡Jim Carrey! -te apuraste a decir.
-¡Sí, Jim Carrey! Qué feo, no podía recordar el nombre, te juro que hubiera podido dibujar su cara perfectamente.
-¿Dibujás bien?
-La verdad, no. Supongo que por eso me gusta la fotografía.
-¿Tenés cámara?
-Tengo una cámara vieja. Del 78.
-Ah, es vieja. ¿Y saca bien?
-En realidad, mientras sea reflex da igual si es nueva o vieja. Reflex y que las lentes estén sanas.
¿Sabés que es Reflex?
-Creo que sí.
-Me gustaría hacerte unas fotos algún día.
-¡En un campo lleno de girasoles!
-Sí. Me gustan los girasoles. Me gustarían más si fueran de color lila y amarillo en vez de negro y amarillo.
Entonces me tomaste de las manos y pusiste tu frente pegada a la mía. Fue algo que necesitaba.
-Tenés lindas manos, ¿sabías? -dijiste.
Sonreí levemente mientras pensaba en cómo haría más tarde para encender el televisor sin tocar los controles que,
muy posiblemente, tendrían rastros de semen ajeno.
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