Me gusta quedarme tendido sobre mi alfombra blanca, muy cerca de la ventana, pasada ya la medianoche, con algunos nocturnos apenas sonando y pensar, mientras miro fijamente en sus manchas, que nunca podré visitarla y, menos aún, vivir en ella. Aún asi, me imagino bajo una gran burbuja de cristal, sentado sobre algunas rocas grises, en medio de un lago azul muy profundo.

Rodeado de un selecto puñado de fértiles y jovenes virgenes, con las que viviría en perfecta armonía, en el cráter más hermoso que contenga la luna.

Habría algunas reglas, claro, pero serían pocas: Quedarían atrás las religiones, la moral e incluso las costumbres.  Intentaríamos evitar hablar, salvo que fuese estrictamente necesario. Nos regiríamos por nuestros deseos en el momento exacto en el que ocurren y tendríamos un lugar especial donde dormir, con mucho algodón, exquisitas fragancias y formas suaves. Y las chicas siempre serán delicadas, frescas y suaves. Y ya no habrá por qué preocuparse.