Sentís claramente lo cerca que estás de volverte loco mientras caminás en la oscuridad absoluta por entre las habitaciones de tu casa, en busca de nada, salvo, del paso del tiempo.
Pasás en una cama revuelta y sucia la mayor parte del día y, el resto del tiempo, lo dedicás a deambular lentamente por la casa, caminando a ciegas, durante gran parte de la noche.
Recostado en el piso en posición fetal, escuchas Chopin. Un mismo disco, una y otra vez, durante horas. Sabés que estás a punto de llorar pero solo te lo permitís de tanto en tanto y, mientras tu garganta seca se cierra, tu estómago pide algo que no sea nuevamente café.
Casi no tenés motivos para no colgar los guantes de una vez, pero no soportas la idea de que alguien manipule tu cuerpo tras haberlo hecho. Desearías poder irte de modo tal que jamás te encuentren, siendo, como Glenn Miller, un absoluto misterio.
Y mientras escuchás por entre las persianas bajas el siempre agradable sonido de las ruedas de los autos pasando por sobre el asfalto mojado, te preguntás, una vez más, en que fallaste.
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