Sé que para muchas personas soy, lo que se dice, un excéntrico.
Claro que aún no me conocen lo suficiente, ya que si así fuera dirían que soy un sexópata repulsivo. O mucho peor, tal vez lo digan y nunca me enteré.
De todas formas, mi vida no difiere radicalmente de la tuya, salvo en los pequeños detalles: definiciones, valores y otras apreciaciones que a primera vista parecen irrelevantes.
Si de algo estoy seguro es que por momentos desearía vivir en una fábrica abandonada, calentándome con una fogata y alimentándome de tus sobras.
Eso, que para vos es la muerte, para mi sería, tal vez, una oportunidad de respirar mejor. Soy algo tonto al creer que mis mujeres seguirán conmigo si alguna vez logro hacerlo. Viviendo con perros, muchos, y durmiendo juntos como una manada. Compartiendo la comida, dentro de lo posible, cuidándonos unos a otros. Desearía también que una linda conejita de delicadas piernas se conmoviera y fuera a cuidarme.
Arreglando mis uñas, pelo y barba en las tardes frías de agosto. Tomaríamos juntos un baño tibio antes de dormir, procurando complacernos, habiendo perdido la noción del tiempo. Me traería comida de su casa: huevos, uvas, naranjas, té, algo de pollo e incluso restos
de buenos vinos. Y cuando fuera posible, algo que fumar. Me contaría cosas del mundo exterior, sólo algunas, y luego se iría. Podría incluso permitirle venir con amigas, pasaríamos gratos momentos. Las esperaría con ganas cada día en la mañana, cerca del mediodía, siendo su secreto, su aliado.
Y yo en ningún momento diría una palabra, solo compartiríamos miradas amables en silencio, tomados de la mano, muy cerca del fuego, viendo la madera arder, dejando nuestras vidas pasar.
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