Estacioné mi pequeño Renault Twingo en la esquina de la estación de buses. Era una tarde insoportable por lo calurosa, por lo que abrí el techo de lona del auto. Me asqueó el olor a grasa frita que parecía provenir de una casa de comidas regionales y volví a cerrarlo. El mecánico me había dicho que no debía usar el aire acondicionado con el motor apagado; lo puse al máximo. Aburrido, cerré los ojos y me invité a una terraza mediterránea, en la que sostenía una finísima taza de café, blanca por fuera y roja por dentro, en mi mano izquierda.

Apartado de una laberíntica relación de años, que incluía un penoso final, comenzaba a sentirme mejor. Lo notaba en ese indescriptible instante de honestidad que se logra en cada despertar y define la suerte del día. Por un lado, comenzaba a tomarme ciertas licencias y por otro, cada noche, quedaba atrapado a la espera de un llamado que jamás llegaría.

Miré la hora, aún tenia minutos libres. Me recliné en el asiento, curioso de lo rápido que pasaban las nubes bajas. Llevé a mi boca dos pequeños chicles Canel’s que encontré en mi saco. Venían con la cuenta en un restaurant callejero de Mexico DF. Sabía, el amarillo era ron pero tuve que mirar el verde para confirmar si era yerbabuena o eucalipto aunque, el sabor de todos se parecía bastante.

Luego de meses de intercambio de enigmáticos emails, iba a ser visitado por una escritora amateur autoproclamada admiradora de mis textos. Poco me importaba que no fuese a mi quien quería conocer sino a mi alter ego. Necesitaba un cuerpo que abrazar y un trasero cálido que embestir y, aunque conocía detalles superficiales de su vida, jamás había visto su fotografía o escuchado su voz. No tenía pista alguna sobre su aspecto salvo, un comentario sobre el tamaño de su calzado por el cual deduje medía, no menos de un metro setenta aunque en verdad, no era ciencia exacta.

Encendí el stereo y puse un disco de portishead. Había escuchado ese álbum no menos de mil veces en los últimos años. Presione luego el botón FM y una voz falsa y banal anunciaba que la oveja Dolly había dejado de existir. Supuse, aún quedaba en pie el anónimo gemelo original por lo que no supe que sentir al respecto salvo, adorar el eufemismo. Recordé el caso de alguien que había sido intervenido quirúrgicamente y su corpus callosum debió ser removido dejando ambos hemisferios cerebrales independientes entre si y, bajo ciertas limitaciones, volvió a su vida habitual. Lo curioso era la coexistencia de dos versiones independientes de una misma mente, que incluían la suma de todas sus experiencias. Me intrigaba saber como se había creado su segunda conciencia y que ocurriría si volvieran a unirse.

Apagué la radio y bajé del auto. Sentí el calor subir desde el asfalto. Sin apuro, caminé por la estación. Un gorrión y una paloma de cuello púrpura peleaban por un trozo de sandwich. Quité la amalgama insabora de Canel’s de mi boca y la arrojé cerca de ellos. Un misterioso pájaro negro, de pico naranja, la atrapó sin siquiera tocar el piso. Despegué un papel de caramelo pegado bajo mi suela y seguí caminando, intrigado en saber que ocurriría si se tomara un hemisferio y, de algún modo, un nuevo cuerpo le fuera dado. Cual se proclamará verdadero? Que nueva clase de neurosis resultaría de implantar hemisferios de diferentes personas en un mismo cráneo?

La terminal de buses era asimétrica y carente de todo gusto e higiene. Solía agradarme fotografiar ese tipo de lugares pero, jamás encontré ángulo para tanta decadencia. Quizás, porque me recordaba la ciudad sin alma en la que vivía. Un pueblo de corte provinciano y costumbrista.

Me moví evitando todo contacto con la multitud hasta llegar a la plataforma nueve y me abstraje, apoyado sobre una columna de hierro, trazando campanas gaussianas para representar la edad y altura de la muchedumbre. El bus llegó casi puntual y el maremagnum se amontonó, fervoroso, bloqueando la puerta del vehículo. Mantuve amplia distancia y los miré, deseando comprender su cultura del desorden. De algún modo habían logrado gestar una visión, una causa e incluso, una razón. Hubiera dado todo por tener las mías incluyendo bandera, padre supranatural e inclinación gregaria. Lo había intentado incontables veces pero, los chistes verdes no me hacían efecto.

El vidrio frontal del transporte estaba sucio y repleto de restos de insectos. Noté, bajo la escobilla del limpiaparabrisas, una enorme libélula plateada. Su perfección era tal que no había sufrido grandes cambios en millones de años. Descubrí, no estaba muerta sino en parte atrapada en una de sus alas. Sentí un incontrolable deseo de acercarme, tomarla entre mis dedos y observarla para luego liberarla en algún lugar pero, decidí no hacerlo por dos motivos importantes:

1- Dada su situación, tendría chances de sobrevivir pero no de volver a volar.
2- Si la primera impresión que Jessica —como se hacía llamar— tenia de mi, era la de un weirdo recogiendo insectos del parabrisas de un bus, mis chances de llegar a sus bragas se reducían al mínimo.

Comencé a mirar las pasajeras que descendían. Había diez o doce en edad de concebir y, de entre ese total, destaqué cuatro. Cambié por completo mi postura física, connotando interés y curiosidad leve. Pretendía mostrarme masculino, fresco y seguro. Desde ese momento no sería sino el más pulido de los espejos. Noté como alguien miraba y, por el modo que entrecerraba los ojos supe, era algo miope. Parecía ser la segunda mejor de las cuatro finalistas, lo que llevaba la relación azar Vs éxito a niveles muy altos. Fue una sensación extraña, Jessica conocía detalles de mi vida, mientras que yo apenas unos pocos y de seguro falsos datos suyos aunque, no podría importarme menos.

Nos envolvimos en un largo abrazo que se daba muy natural para ella. Me incomodó la situación y desee que jamás hubiera ocurrido. Sentí la fragilidad de sus huesos bajo las yemas de mis dedos cuando recorrían su espalda. Evité pensar en los órganos y fluidos que contenía su cuerpo y me concentré en su perfume. Una fragancia de invierno, entre canela y sándalo. Interesante pero, no para un caluroso febrero austral. Quizás, la elección se debía a un día frío en su ciudad de origen o a que no distinguía perfumes de invierno y verano lo cual, me resultaba irritante. Intenté no pensar en eso, porque iba a odiarla desde un comienzo. Nos separamos, miré profundo en sus ojos y dije:

—Jessica, renuncia a ti, carga tu cruz y sígueme. Sin más, enfilé hacia el auto. Algo de su perfume había quedado impregnado en mi ropa.

Parecía eufórica de haber llegado. Entre otras cosas, le prometí conocer infinidad de lugares interesantes de la ciudad aunque, sabía no iba a ocurrir. En primer lugar, porque no había tales lugares y segundo, porque luego de llegar a sus partes intimas el show abría terminado. Incluso, quizás antes.

La observé con discreción, mientras subíamos al auto. Piernas largas y bonitas. Cuerpo decente y senos dignos. Lo que no estaba bien era su cabello; siempre encontré infértiles y problemáticas a las mujeres de pelo corto y este era el peor de los casos. Jessica llevaba su cabello rubio oscuro apenas por arriba de los hombros. La proyecté en algún punto entre feminista fundamentalista y simpatizante de algún grupo universitario de izquierda. En ambos casos, mi rechazo seria inconmensurable.

Dio curiosos detalles de su viaje incluyendo caballos y vacas en campos inundados, el incendio de un rancho sin bomberos a la vista, una tormenta eléctrica de proporciones y que había terminado de leer ‘La Conjura de los Necios’ justo antes de llegar. La historia detrás de ese gran libro y el suicidio del autor tras múltiples intentos por publicar, incluía a su madre acostándose con una decena de editores hasta dar con uno que se interesa en el material de su hijo. Poco después, Toole gana un Pulitzer póstumo. Un final casi feliz para la triste historia de un libro tan divertido.

Camino a casa paramos a cenar en ‘Casita Roja’. Un restaurant asiático que abría las 24h, salvo los lunes. Nos sentamos en un box junto a la ventana. Desde la cocina y apenas audible, sonaba Charlie Parker. El salón tenia una gastada alfombra azul Francia, muebles avellana, flecos rojos colgando de las lamparas y dos enormes jarrones de yeso, mal pintados de dorado China, a los lados de la puerta principal. Todo estaba cubierto por una sutil película de grasa y polvo. Perdí la mirada en la silueta de un dragón gris plata en la tapa del menú y no pude evitar pensar en la suerte que habría corrido la libélula.

—Estimado, que tan autobiográficos son sus relatos?

—Preferiría que hablemos sobre libélulas. —dije.

—Libélulas?

—Si. Creo que tienen un nombre hermoso y parte de su belleza radica en él.

—Son lindas, si.

—Si pero, no hablo sobre que sean bonitas sino, lo que representan. Para mi, casi no pertenecen a este mundo. Como las luciérnagas, tienen una cuota onírica en su forma, brillo y fragilidad. Viste el material tornasolado del que están hechas? Parece nácar, es mágico.

—No, no sé. No lo vi. Soñás con libélulas?

—No. Aveces pero, entendés a lo que me refiero?

—Si pero, mágicas? Son bichos que comen bichos! O la mierda que coman, es todo. Te gustan porque vuelan o porque están de moda, pero de ahí a decir que son mágicas man, no es mucho? Si las ves con una lupa deben ser una cosa abominable. —dijo riendo y mientras lo hacia, noté el rosa pálido del interior de su boca contrastar con el escarlata de sus encías.

—Por que no querés hablar de tus relatos? —insistió.

—Te voy a contar una historia que me contaron ayer y pensaba escribir al respecto algún día. —dije, aunque la había escuchado hacia muchos años— En Canadá, una mujer baña su bebe de cinco o seis meses en la pileta de la cocina mientras escucha un programa de chimentos en la tele. No llega a verlo, solo lo oye. La comida, en el horno, casi lista. Su marido, en camino. Luego, todo se da muy rápido: Siente una irritante frenada seguida de un golpe seco y gritos. Se asoma y corre, con todas sus fuerzas, hacia la calle al ver que un ford mustang amarillo había atropellado a su hijo de siete años. Sin perder un segundo, su vecina carga al chico en su auto y enfila al hospital del centro, junto a la madre en pleno shock nervioso. Ambas desconocen que el chico desvanecido está sin vida. Cuatro minutos después, llega el marido quien, al ver un grupo de vecinos murmurando junto a un auto golpeado sobre la vereda, ingresa corriendo a su hogar. Descubre la televisión encendida, humo negro en la cocina y el piso, cubierto de una película de agua. Sin comprender, grita el nombre de su esposa pero la voz no sale de su garganta ya que, lleno de espanto descubre, entre el humo negro, a su hijita de meses ahogada en la pileta de la cocina. Con la vista nublada por la desesperación, la toma entre sus brazos y corre, tan rápido como puede a su vehículo para llevarla al hospital. Acelera sin distinguir semáforo alguno y, a menos de un kilometro del hospital embiste, a enorme velocidad, un camión de caudales que cruza la avenida.

Tanto el bebe —que había muerto ahogado— y su padre, salen despedidos del auto tras el impacto. El grupo de psicólogos del hospital debió, además, informar a la ya aturdida mujer, que su casa se había incendiado, se cree, a causa del horno.

—Creo que las historias como estas, lo hacen a uno pensar sobre la fragilidad de la existencia y los cambios drásticos —agregué—. Que pensás?

Había un brillo particular en sus ojos, preludio de unas lagrimas. Intentó decir algo, pero no lo hizo. Jugaba con un salero, que destapaba y volvía a tapar sin levantar la mirada. Aclaró la garganta, entrecerró sus ojos algo miopes y dijo:
—Sin dudas, es una historia que te barre el alma, no? Donde escuchaste eso?
Por favor, decime que no es real.

—Lo lamento mucho pero si, es real. —dije, sin lamentarlo y sin saber si lo era.

—Ahora, decime en que mierda se relaciona con lo que veníamos hablando?

—Como se relaciona? Estábamos hablando sobre libélulas y encontré paralelismos en lo frágil, breve y mágico de sus vidas y las nuestras. Siento que, en algún punto, se cruzan ambas figuras. —dije solemne, pero expresivo— Ahora estimada y, con su permiso, debo ir al toilette.

El baño de Casita Roja era pequeño, caluroso y mal iluminado. Mientras desabrochaba los botones del jean, descubrí en el suelo un naipe y, por algún motivo inexplicable, pensé en Ennio Morricone. Noté que el asiento del inodoro estaba bajo. Quien se sentaba en baños públicos? La solución era simple: utilizar la punta del zapato para levantar la tabla sin tocarla pero, este no era el caso. Estaba tan arto y aburrido de todo que decidí orinar la pared, el cesto de basura, el naipe y el asiento. Dibuje óvalos y elipses concéntricos de orina. Hubiese orinado el rollo de papel higiénico pero no había ninguno así que abrí la puerta usando la manga de mi saco y volví a la mesa pensando en la obra de Ennio. Jamás comprendí a quienes lavan sus manos luego de orinar. Ante todo, la orina no contiene bacterias y además, que clase de subnormal se orina las manos?

Pollo Gongbao, interesante! —dije al regresar— está bueno?

—No Diggity! Y lo tuyo, se ve bien también. A vos no te parece raro que no ponen música acá? —preguntó.

—No. Que te gustaría escuchar?

—Ruido! No se, algo. Ah! vamos a ir a tomar unas copas antes de ir a tu casa? Algún lugar con buena onda y buena música por favor!

—Me encantaría. —dije— Se de un lugar que podría gustarnos. —Aunque, todo lo que necesitaba era un cafe doble, dos dados rojos y un block de notas en un camarote privado del transiberiano, cruzando las estepas de Asia central.

—Vos escribís, no? —pregunté, sabiendo la respuesta.

—Si, algo. Intento.

—Que estilo?

—Realismo también, pero menos oscuro.

—Que lo mío?

—Claro. Viste el polo norte? Bueno, yo solo soy la humilde puntita de un iceberg que flota por ahi. Y vos, algo así como los siete octavos restantes de hielo. Y sabes que? Yo seré aún petite como escritora pero yo veo, yo recibo, y yo reflejo la luz —dijo, haciendo gestos similares a los del mea culpa mientras reía.

—Bien sabrás la noche en los polos dura una eternidad —interrumpí.

—Dura igual que en los demás lugares —respondió rápida y astuta.

—No, la noche dura seis meses continuos.

—Sacá la cuenta.

—Que cuenta?

—Pensá, pensá bien. —dijo riendo y volví a notar el escarlata de su encía.

—Seis meses de noche continua. A que equivalen?

—A otros seis meses de luz continua? —dije, sin entender.

—Error garrafal. Pensar que te hacía más despierto..

—Me rindo. —dije— Explicame, como puede ser igual al resto del mundo?

—Seguirme pichón: veinticuatro horas de oscuridad durante seis meses, es igual a decir doce horas de noche repartidas durante todo un año. Me seguis? Lo mismo pasa con la luz. Como bien dije, es igual que en el ecuador o en cualquier parte, pero ordenado diferente. La misma cantidad de luz y de oscuridad en todos lados salvo, bajo el iceberg mental que te impide entender! —dijo, sabiendo que había ganado y la adoré.

Fuimos a un bar llamado Marrakech, donde pedimos mojitos. Parte de la gente alentaba al tipo que ponía discos. Las luces iban del rojo al azul, pasando por un flash estroboscópico. Sentado en la barra, un idiota con zapatos negros y medias blancas fumaba a lo James Dean. Jessica sacudía la cabeza y el culo, siguiendo la música.

—Otro? —pregunté, mostrando el vaso.

—No diggity! —volvió a decir.

Con el techo del twingo abierto en su totalidad, bordeamos la costa para regresar a casa. Corría un aire fresco, húmedo y eléctrico, cargado de sal. Vi, en el horizonte, relámpagos de un melancólico naranja lechoso. Ingresamos por el garaje subterráneo y, mientras estacionaba, Jessica dijo algo sobre tomar una ducha caliente. Por que habría aclarado eso? Que clase de chiflado toma duchas frías? Mientras bajaba su bolso del baúl, volví a mirar su cabello corto y sentí que no habría contacto físico. Quiero decir, no descartaba la posibilidad pero no iba a generar situación alguna. En el ascensor un gesto breve, casi invisible de sus hombros, me llevó a imaginarla descalza, con un vestido Prada celeste cielo y una larga y abundante cabellera rubio ceniza, a orillas de una laguna technicolor, creada para Fred Astaire.

Me gustó que le agrade mi apartamento. No era todo lo grande que quería pero, la decoración estaba milimetricamente estudiada. Tanto la paleta de colores como las líneas y proporción de cada objeto. Le ofrecí mi bata de baño negra, preparé su ducha caliente y, sin rodeos, se desvistió con total naturalidad e ingresó a la ducha. Fui en busca de música y unas revistas. Elegí Bugaloo In Brazil, de Lex Baxter. Regresé, bajé la tapa del inodoro con la mano y me senté con una Colors Magazine que ilustraba que era el paraíso según personas de cada continente. Apenas distinguía la música bajo el ruido del agua. Sentí el vapor entrando en mi cuerpo y la humedad aplastando mi pelo.

Jessica se asomó, sexy y divertida, con los ojos cerrados bajo una mascara de espuma, a pedir una talla. Adoraba su naturalidad pero, en cierto modo, detestaba su desmedida confianza. Fantaseé haber estado desequilibrado al grado de reducir su cuerpo a piezas transportables en cajas de zapatos. Imaginé dejar algunas, envueltas para regalo, en paradas de buces a medianoche. Me regocijaría oculto, viendo algún ingenuo destapar ilusionado el presente olvidado y encontrar una mano reposando sobre un sistema digestivo en avanzado estado de descomposición incluyendo, esófago, bazo, colon y parte de un hígado si hubiese lugar suficiente. La caja contendría, además, decenas de moscas verdes.

Jessica cerró la ducha y Baxter volvió a escucharse. Le alcancé una toalla roja que usó, primero, para desempañar el espejo. Comencé a leer párrafos en voz alta y al azar. Y al hacerlo admiraba creo, sin que lo note, su figura.

—Que te parece este: El Paraíso es vivir bajo el agua sin tanque de oxigeno. Jessica secaba sus piernas con gran energía y sus tetas se sacudían a la par de un pequeño colgante. Me miró extrañada, pero no dijo nada.

—Paraíso, es una maquina de café illy en la mesita de noche junto a tu cama. Un ticket aéreo, solo ida a New York.

—Me gusta viajar! —dijo.

—El paraíso, es conducir una Vespa ’58 en una mañana de sol.

Con la cara envuelta en la toalla y mientras secaba su cabello dijo algo que no comprendí. Miré su concha sin darme cuenta y luego inventé: —Es el perfume de las sabanas donde durmió tu amor.

—Ay! Eso es muy dulce, no?

—Si, es mágico. —dije.

—Como te imaginas el paraíso? —preguntó.

—Ríos de vino y miel, rodeando setenta y dos hermosas vírgenes, bellas como un rubí —dije, parodiando el Corán— Algunos días es una ciudad como Sao Paulo o Tokyo en la que solo soy un gorrión. Anónimo e insignificante,
contemplo todo desde algún rincón y mi única ambición es encontrar migas de pan. Y otras, es un sillón de terciopelo azul en un duplex en Manhattan, de concreto, vidrio y aluminio en un piso 101. Varia todo el tiempo, lo cual es útil para una eternidad de hacer a voluntad aunque, todo indica que no existe otra vida que esta. Como es el tuyo?

—Con amigos y familia. Los que ya se fueron. —dijo, y me aburrió de inmediato.

—Tenés idea cuanto tiempo es la eternidad?

—Dividí ciento uno por cero y lo sabrás —dijo, mientras hacia un torniquete con la toalla y su cabello húmedo.

—Touché.

Pasé varias paginas de la revista y me detuve a observar una imagen de un hombre con tuxedo en el fondo del mar. Era una fotografía bellísima y llena de gracia.

—Y en que pensás? —preguntó, ya con mi bata negra, frente al espejo.

—En que sos más bonita de lo que imaginaba. Y divertida! —Aunque, en verdad, pensaba en mi ex. Quería obligarme a no extrañarla, pero me era difícil.

—Como me imaginabas, así? —dijo, poniendo caras en el espejo.

—No sé, no lo pensé. Quizás, como la mayoría de las mujeres que escriben: Desaliñada, pálida, neurótica, tabaco y mierda y media, ya sabés. —sonrío, se acercó y, oliendo a jabón y shampoo de frutilla me dio un beso suave. Sentí sus labios húmedos resbalar sobre los míos. Fue agradable.

—Me imaginabas? —pregunté, camino a la cocina a preparar bebidas.

—No dejas mucho librado a la imaginación. De todos modos, hubiera jurado que encontraría un tipo arrogante. Esquizoide si querés, algo sádico y algo loco pero descubro un tierno que quiere hacerme creer que le gusta estar vivo. Tengo la impresión que no te gusto mucho.

La miré un instante, bajo ese silencio que genera todo intento de empatía. —Sos atractiva, Jessica —dije— pero no es algo que me importe.

—Lo físico es importante! —interrumpió— Yo vi tus fotos y si no me hubieras resultado atractivo, no habría venido. Esa es mi verdad, pase o no algo bucovaginal. —dijo riendo— Reite! por que no te reís nunca?

—Me río, pero de otras cosas.

—Que cosas? —dijo, acomodando su colgante.

—No sé. Una vez los alemanes visitaron a Picasso mientras pintaba el Guernica y un comandante se acercó al lienzo, lo miró un instante e intrigado preguntó: ’usted hizo esto?’ el respondió: ‘no, ustedes’. Ese tipo de cosas me dan gracia pero no en el sentido clásico. Me rio, pero no como las risas de fondo de friends.

—Es bueno reír. Hace bien al alma.
—Sin dudas —dije, sin saber que decir al respecto.
—Pero al final, te gusto o no te gusto? —insistió.

—Mirá, si te faltara una pierna a la altura de la ingle o si una hiena te hubiese comido la mitad de la cara, no me atrevería a imaginarte en mi cama pero, dentro de parámetros normales, valoro más los extras. Se entiende?

—Sos muy complicado man. Siempre es todo tan difícil y complicado con vos? —dijo, con soplido desaprobador mientras íbamos a la cocina—

—Sos Leo, no?

—Que? No.

—Que sos?

—No soy.

—Dale, que signo sos, tauro?

—No creo en esa mierda.

—Cual mierda?

—Los signos. Es lo mas estúpido del mundo.

—Estúpido por que? las personas del mismo signo se parecen. Como explicas eso?

—El zodiaco no resiste ningún análisis, Jessica.

—No necesitas ser un genio: los astros rigen nuestro destino y nos dan la personalidad. A que sos aries!

—No!

—Yo creo que si.

—Nací en noviembre.

—Escorpio?

—Si te hace feliz..

—Ah! el escorpión, era tan obvio! —dijo con alivio, golpeando la mesada con la palma de la mano— Yo soy del 5 de octubre, libriana. Mucho gusto, somos compatibles! —dijo y me estrechó la mano.

—Estimada —dije, sin soltarle la mano— se lo respeto, pero me resulta algo ridículo el asunto.

—Yo te explico. Al nacer, hay fuerzas astrales que determinan el destino.

—Como?

—Con su energia.

—Que energia?

—No se, su fuerza y su luz.

—Que luz? los planetas no tienen luz!

—Es simple. La luna mueve las mares, o no? y nosotros somos agua. Bueno..

—De verdad crees eso?

—Si. Y si mueve océanos, imaginate icebergs..

—Es que no funciona así, Jessica. A los mares los afecta su proporción de masa con la luna, porque son similares de tamaño. Las personas, no tenemos masa proporcional a la luna y mucho menos a planetas o el sol.

—Okay, pero afecta. Sino como se explica que seas terco como todo escorpiano?

—Mirá, estimo naciste entre cuatro paredes y en una habitación con cortinas, no? Como pudo haber ingresado ahi la luz de, no sé, Plutón? Pero incluso, aunque hubieses nacido sobre un cráter de la luna, como podría la luz y la gravedad afectar el curso de tu vida? Es solo luz y gravedad!

—Escorpión, explicame entonces como las personas de un signo tienen tantas cosas en común. Por ejemplo, los libra somos sociables y conciliadores y los de escorpio, todos los que conozco, son bien pedantes y soberbios. Es así de claro para mi, pero dale, te escucho. —dijo, desafiante y supe, por su postura física, no importaba ya mi respuesta.

—Entiendo, es producto de la cultura popular. Una mezcla de condicionamientos y sugestiones, búsqueda de aceptación y quizás algo de autoprofecia cumplida. Nos convertimos en aquello que se espera. —dije— Pero, ademas de todo eso, existe algo llamado precesión. Sabes que es? En pocas palabras, hace que cada signo este corrido del dial. Tendría que leer de nuevo al respecto pero vos no sos libra ni yo de escorpio. Todos los signos están desfasados hace siglos y hasta existe un signo extra, el signo trece! Y tengo más argumentos si querés! —dije riendo.

—Signo trece? Ya no se de que carajo estas hablando y a esta altura me aburriste con tu negación. Pero, aun te podes reivindicar dando uso la verdadera fama escorpiana —dijo, entre provocadora y predecible, camino al dormitorio.

La tormenta había llegado y fui al living-room a cerrar el balcón. Me senté un instante en mi sillón blanco hueso y contemplé como un manto de nubes oscuras nos separaba de los astros. A causa del viento, una bolsa negra flotaba en espiral ascendente frente a la ventana y, mientras la observaba, descubrí que mi reflejo en el vidrio no era más que la anónima silueta de una sombra gris y supe, que al igual que aquella libélula plateada, seguiría atrapado por un largo y angustiante período de tiempo. Vencido, pero invencible.

PabloK

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